El instante infintio. Por Jose A. Lucena

Ya sabéis que he hecho varias crónicas de esta gira y no es que no quede nada por decir pero ahora como diría el maestro toca sentir. Me quiero detener hoy en ese instante en el que las luces de la proyección inicial se apagan y todos buscamos entre las sombras su característico perfil.

Manolo surge entre la fauna ocasional del escenario con paso decidido y firme y se planta con los brazos caídos frente al público que ruge de emoción. Eleva la cabeza sereno y satisfecho y mira, mira de frente, a cada uno de los presentes, a todos, desde la perspectiva que dan los dos metros de altura que tiene el entarimado. Se han desplegado los pendones verdes que lo acompañan y en la algarabía el silencio expectante y agradecido inflama el aire. Mira a izquierda y a la derecha dispuesto a jugar esa partida en su ajedrez particular donde le ganará el pulso al tedio y a la tristeza.

Viene desde mar adentro de un estado de concentración absoluta donde el artilugio de transformar la rutina en alegría funciona a todo vapor, con las velas desplegadas como en Saldremos a La Lluvia, lamiendo el mascaron de proa, avistando las arenas blancas de la felicidad. Hoy compartiremos el paraíso, tres horas de paraíso, un paraguas gigantesco que nos resguarde de la tormenta interior que a veces nos asola. Y la música suena arrebatando el aliento…

En la primera parte de la gira el tema que abría los conciertos era “El solitario que se reconcilió con el mundo” la sensación era la de tocar fondo e impulsarse con los dedos de los pies desde el abismo, expandiendo, expandiendo onda. Un principio perfecto, un desplegar de alas para iniciar el vuelo. En esta segunda fase San Gennaro, tiempla el corazón y despereza la mirada porque es, sin lugar a dudas, y como os dije al principio, “tiempo de sentir”.

Os dejo a los que tenéis la suerte de verle; esta noche quedaros prendidos de ese instante infinito, el Capitán atravesará mares bajo un cielo de canciones sin sombra. Desplegad velas el viento arrecia en los veranos del alma.

Jose A. Lucena