Todos fueron Manolo (El Ideal)

García es una animal de escenario, un bicho cuya justa locuacidad se suple con una gestualidad desatada cuando se enciende el concierto

Pocos artistas hay en este país que se lo hayan currado tanto, con tantas ganas y con tanta fe en sí mismo. Porque Manolo García se hizo célebre con el Último de la Fila, pero ya llevaba gastadas infructuosamente varias marcas, hasta que dio forma a una canción perfecta: ‘Insurrección’, la llave maestra de la carrera que llega hasta hoy, y lo que le queda.

Llamarse Manuel García Pérez ya marca carácter. Con un nombre tan poco ‘artístico’ (y menos en versión coloquial, ¡Manolo!) el señor García asume su normalidad estadística ya desde el registro civil. Y ya puestos, nada como echarle un poco de pimienta y risa al desprejuicio y patentar nombres como Los Burros o El último de la fila, aunque al final la fortuna ‘en modo’ justicia bíblica, los convirtiera en bienaventurados primeros.

Que cuatro mil personas acudan en dos tandas a ver a un músico español de rock es motivo de alborozo, ya que vender una entrada cada día cuesta más esfuerzo. Pero es que don Manuel es sinónimo de garantía y fidelización. Es un esforzado de las giras que que se vacía cada noche y trata de tú a tú a la audiencia aunque la cita sea en ‘Palacio’. Es tan igual como el vecino que te cruzas por la escalera tarareando. Es un profesional que no necesita hojas de reclamaciones porque nunca falla, y que tampoco pierde energía en el mundanal ruido, sus pompas y sus fastos. Un tipo normal. Tanto que pidió ‘que no subieran imágenes a la Red. «Tenemos la suerte de estar contentos, y vamos a disfrutarlo», dijo.

El otro día con Carlos Goñi pensábamos que era de los que más canciones daba por euro, pero el fin de semana pasado con Lagartija Nick, y éste con Manolo García, ambos con treinta temas en formación, superan en ratio a Revólver. Y en tiempo ambos se fueron a las tres horas. Sin embargo todo empezó sin prisas, en plan acústico, tras salir a pie entre la gente y abrazar la guitarra a ras de suelo. Un matiz natural al que volvería en otras piezas, con la untuosidad melosa del violín de Olvido Lanza acariciando las canciones. Con ‘El frío de la noche’ también entramos a la geometría de ese reciente rayo al que volvería intermitentemente, pero sin prisa.

García es una animal de escenario, un bicho cuya justa locuacidad se suple con una gestualidad desatada cuando se enciende el concierto. Le puede la necesidad de comunicarse y se transforma hasta doblar o triplicar su chaparro cuerpo. Pocos como él llenan un escenario y empujan tan físicamente unas canciones para que lleguen al público, que se las devuelve coreadas en una gigantesca polifonía. Esa es la celebración mayor del rock, el contacto bidereccional, la realimentación, y este personaje de sencillez ostentosa es veterano y sabio oficiante de sus ritos. Esos melismas aflamencados que le son tan característicos, aquí como en ningún otro sitio exorcizan los duendes. Incluso se bajó del escenario para pasear entre las filas recibiendo de primera mano saludos, abrazos y hasta besos. Todos fueron Manolo.

Iluminado con mucho gusto pero sin ostentación técnica más allá de unas amebas pintados en neón y unas pequeñas pantallas para su album de fotos, cuadros y pescaitos varios, estuvo perfectamente arropado por una banda de confianza (Charly Sardà, Iñigo Goldaracena, Ricardo Marín y Víctor Iniesta con una colección de guitarras, Juan Carlos García en teclas y ruidos varios, Olvido en ese violín que tanto recordaba al de It’s a beautiful day, y Mone Teruel en coros) consiguen que sus canciones suenen sin artificio y con una vivacidad y ataque que no tienen las grabaciones.

No sé qué tan lejos de su casa vive Albert Pla, pero como él se lleva el sillón de su salita de gira. Un elemento escénico que le da mucho juego visual, gestual y también le permite… descansar, que no somos ya unos chavales. Un sofá para los momentos más relajados, como esa espléndida balada que es ‘En tu voz’, que junto con ‘Quiero esa pasión’, y ‘Océano azul’ cruzan el concierto nuevamente con el rayo en la frente, como Bowie. En la vertiginosa (¡100%Rápidos!) ‘Ruedo y rodaré’ salió a acompañarle su hermana Carmen (antes Vírus). Previamente había recorrido casi toda su discografía: ‘Nunca el tiempo es perdido (‘Sin que sepas’ y ‘Hombres azules’), ‘Que no se duerman mis sentidos (‘Ardió mi memoria), ‘Los días intactos’ (‘Giro teatral’ y ‘Alma de papel’), ‘Saldremos a la lluvia’ (‘Cítricos amantes’)… y hasta cantó ese ‘Crepúsculo creciente’ perdido entre ediciones y prensajes. Con ‘San Fernando’ un ratito de pie y otro aplaudiendo llegarían los bises.

En el momento de salir corriendo para llegar al tiempo del cierre de edición, Manuel García y los suyos habían esquivado de momento el cancionero del Último, que le pedían a gritos, y también dos comodines como ‘Nunca el tiempo es perdido’ o ‘Pájaros de barro’, que sin duda sonarían al final de la primera de sus noches con cuatro mil manolos.

Fuente: El Ideal – Juan Jesús García – ENLACE 

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