Manolo García rezuma autenticidad en su apoteósico regreso a Sevilla

El artista brindó un extraordinario concierto de más de tres horas ante un abarrotado Auditorio Rocío Jurado

El 8 de septiembre de 1995 el auditorio Rocío Jurado acogía un concierto de El Último de la Fila en Sevilla, una cita que, sin saberlo, significó el último de su historia en la capital hispalense y el penúltimo de una gira que a la postre supuso la despedida de uno de los grupos más legendarios del pop rock español.

Anoche, 8 de septiembre también, Manolo García, el que fuera líder de aquella mítica banda, volvía a pisar las tablas del abarrotado recinto cartujano (más de 7.000 personas) para dar la razón a Carlos Gardel en eso de que 20 años (+ 3) no es nada. Que no es nada para un artista que sigue con el depósito de la ilusión y la inspiración a rebosar.

«La llamada interior» fue su carta de presentación, a la que siguieron, casi de forma consecutiva, otras nueve canciones de su nuevo álbum, Geometría del Rayo, un trabajo optimista en el que el catalán demuestra que se encuentra en un momento de madurez personal y artística y con el que, como es habitual en él, invita a la reflexión desde la calma.

Desde la calma en los discos. Porque las mismas canciones que escuchadas en casa tienen un enigmático imán para el sosiego del espíritu, Manolo García las transforma por completo una vez que éstas pisan el escenario. Imbuido por una fuerza interior, el catalán multiplica las revoluciones hasta límites insospechados. Es curioso cómo hay cosas que, pese a ser conscientes de ellas, nos siguen sorprendiendo. Con esta especie de Klark Kent y Superman del rock castizo ocurre exactamente eso.

Y es que es conocido que en las distancias cortas, en la conversación, Manolo es la parsimonia hecha ser; pero luego, sin embargo, lo ves en acción y…guau. Domina la platea como pocos. Pese a su apariencia tranquila, Manolo continúa ardiendo interiormente como un cirio. A sus 63 años sigue transmitiendo un fresco fuego juvenil que caldea el ambiente, y de cuyo fulgor y entusiasmo es harto complicado no contagiarse.

En ese sentido, el catálogo es amplio. Durante las ¡tres horas y cinco minutos! que duró el show, el polifacético artista no paró de dar carreras de extremo a extremo del escenario, de gritar, de arengar, de sonreír, de interactuar con el público y, sobre todo, de cantar. Porque no hay que olvidar que García lo hace mucho y realmente bien. Y todo con una expresividad que se adivina sincera y sentida. Todo muy de verdad y muy auténtico.

Homenaje a Triana

Tras desplegar el nuevo repertorioel músico hizo un guiño a Triana, a la que catalogó en una reciente entrevista a este periódico como «una de las mejores bandas de los últimos 40 años». Así, interpretó con un marcado tono flamenco «Recuerdos de una noche (bulerías 5 x 8)» y «Todo es de color».

Poco a poco fueron cayendo éxitos del tamaño de «Malva», «Un giro teatral», «Nunca el tiempo es perdido», «Somos levedad» y un largo etcétera. El público estaba exultante. Y Manolo García también. Ambos se hicieron uno cuando el cantante bajó del escenario y recorrió prácticamente todo el Auditorio Rocío Jurado para mimetizarse con unos fans que, enloquecidos, le tocaron, abrazaron y cogieron a hombros igual que se le hace a los toreros al cruzar la Puerta del Príncipe en una tarde antológica en la Maestranza.

«¡Qué bueno es cantar, nos saca todos los malos rollos que llevamos dentro!», gritaba a los cuatro vientos, para continuar declamando antes de enfilar la recta final del concierto que «la vida es poesía a pesar de lo que digan los políticos y las grandes multinacionales». En el caso de Manolo García cabe añadir que las canciones también son poesía pura.

Porque sin apartarse de su credo primitivo, sin darse aires de genio, el de Barcelona explora sentimientos complejos con una paleta musical en la que prima un pop rock barnizado de nítidas reminiscencias aflamencadas, pero en la que también tienen cabida pinceladas con aires arábigos («Sombra de la sombra de tu sombrero») o de blues («Llamada interior»). Poemas, en cualquier caso, de verso libre, ya que sus canciones no casan ni de lejos con la ortopedia del ripio que imponen los estribillos.

Manolo y su magnífica banda ofrecieron hasta tres series de bises. Doce canciones que bien podrían conformar el setlist de un concierto por sí solas y que lograron alcanzar momentos extáticos gracias a temas de su pináculo en solitario («Pájaros de barro», «A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando» o «Prefiero el trapecio») y de su etapa al frente de El Último de la Fila («Como un burro amarrado en la puerta del baile» y la definitiva «Insurrección»).

Llegado ese momento, ya superada con creces la hora bruja, Manolo García, don Manolo García, y los siete extraordinarios músicos que le acompañaron anoche se despidieron tras interpretar ¡30 canciones! y cerrar así un concierto que el artista quiso dedicar a los ganaderos y agricultores andaluces. Hasta pronto, Superman.

Fuente: ABC Sevilla – ENLACE