Manolo García detiene el tiempo en el Palau Sant Jordi

El cantante se estrenó en Montjuïc, tras cerca de cuatro décadas de carrera, con un concierto torrencial en el que repasó a fondo ‘Geometría del rayo’ y recuperó éxitos de toda su carrera

En todos estos años Manolo García había evitado el Palau Sant Jordi, ya sea porque prefiere las distancias (un poco) más cortas o porque un día dictó sentencia y ya no sabía cómo desdecirse, pero, sea como sea, los baños de multitudes casan con su talante apasionado y esas canciones envolventes y monumentales. Poeta de vocación popular, creador de un imaginario soñador y peón sudoroso del escenario, resumió este sábado todos sus perfiles con brío y tacto, con la generosidad por bandera, hasta quemar las naves enfilando la madrugada.

Concierto en tres secciones, la primera abierta, tras una serie de proyecciones muy animalistas (perritos jugueteando como si se tratara de unos asistentes más), con el etéreo trazo del violín de Olvido Lanza como introducción de ‘Malva’. Canción con nombre de planta aromática y de mujer, con versos de añoranza de lo más ‘manolescos’: los días sin ella “son cerezas de un cesto tejido de helechos”. Antes que nada, una aclaración resabiada: “Dije una vez que nunca tocaría en el Palau Sant Jordi, ¡nunca digas nunca jamás!”. Y una dedicatoria del concierto “a Adrià Puntí e Ivette Nadal, ¡poetas!”.

Piruetas en la vecindad

Escenario sin extravagancias, puntos y tiras de luz creando ambientes y unos escalones dispuestos para que, tras ‘Nunca el tiempo es perdido’, Manolo García se acercara al público en ese elogio de la vida aventurera llamado ‘Prefiero el trapecio’. Ya le teníamos en su posición definitiva: sonrisa complacida, descamisado, pañuelo al viento y consciente de su poder, aunque lo maquillara con su lenguaje de proximidad: “actuar aquí es como estar en el callejón de mi barrio, entre vecinos”. Y un saludo “a los visitantes de otros lugares del Estado, ¡Barcelona hospitalaria!”.

Las canciones se sucedían con su amalgama de tejidos preciosistas y un poco exóticos, medios tiempos en que las melodías podían mirar al impresionismo (voz doblada a menudo por la luminosa Mone Teruel) y se movían entre la sensualidad y la acuarela onírica. Planeta García, compaginando el pulso rockero de ‘Pan de oro’ y la mirada al sur invocando a Triana en ‘Recuerdos de una noche’ y ‘Todo es de color’, camino de un pasaje de guitarra clásica de Víctor Iniesta que condujo a los arabescos de ‘Con los hombres azules’.

El guitarrista de Bowie

En ‘Lo quiero todo’, cambio de tercio: la banda se esfumó y tomó el relevo el cuarteto estadounidense encabezado por el docto Gerry Leonard (excapataz de grupos de David Bowie y Rufus Wainwright), introduciendo su ciencia guitarrística a un largo tramo de canciones del último disco, ‘Geometría del rayo’. Puntas de intensidad en ‘Ardieron los fuegos’, ‘Ruedo, rodaré’ (con Carmen García, “mi hermanica”) y ‘Nunca es tarde’. Manolo, dedicando unas palabras “a las mujeres ganaderas”, soplando la armónica en ‘La llamada interior’ y buscando la comprensión del público sobre los “cuernos” infligidos a su grupo de siempre. “¿Es pecado? ¿Iré al infierno?”.

Pero tras una última entrega de piezas nuevas, con relieves en el ‘groove’ un poco oriental de ‘Humo de abrojos’ y el lirismo de ‘El frío de la noche’, los viejos colegas volvieron a sus posiciones y Manolo García se dispuso, ya en la tanda de bises, a consumar la toma del Sant Jordi. “Sóc feliç!”, exclamó al abrir las propinas. “A esto se le llama parar el tiempo”, reflexionó antes de acudir a un último tramo de concierto salpicado por éxitos como ‘Pájaros de barro’, ‘A San Fernando, un ratito a pie y otro caminando’ y el hito de El Último de la Fila ‘Como un burro amarrado a la puerta del baile’, con cenefas de violín mirando a oriente.

Y, cerrando, otro recuerdo al grupo que un día montó con Quimi Portet, el clásico de clásicos ‘Insurrección’, oportuno, señaló García, «dado el desajuste social que tenemos», y conducido hasta el paroxismo a pie de pista. «Això no ho oblidaré mai, ho juro». Manolo García, deteniendo el tiempo durante tres horas y 15 minutos en un Palau Sant Jordi que resultó, después de todo, más amoroso de lo que quizá nunca sospechó.

Fuente: El Periódico – Jordi Bianciotto – Foto Maite Garcia – ENLACE