LA SEGUNDA RIADA DE BILBAO (Crónica concierto Manolo García, Bilbao 10/11/18). Por Jose Angel Lucena

En 1983 en plena semana grande, el Nervión se desbordó asolando la gris fisonomía de Bilbao. Arrastró 34 vidas y cegó las calles de la ciudad dejando un reguero de lodo y desechos. El perfil del municipio había cambiado para siempre, donde la desesperación podía haberse cebado sin contemplaciones, creció el espíritu de superación de su pueblo y el inicio de la nueva y maravillosa ciudad que hoy nos recibe.

El último concierto de una gira siempre alberga ilusiones y nostalgias, eso es fácil de constatar, basta una simple mirada a la cola de caras conocidas.  El aire se llena de voces que relatan anécdotas, los recuerdos laten presentes como el presagio. Todos sabemos que hay recuerdos que calientan como hogueras.  La banda suena, puliendo cada nota en el interior del pabellón. La vigilancia en su ir y venir despierta la curiosidad. Risas nerviosas e impaciencia. La lluvia suave que cuida del verdor de esta tierra…

Creo que fue un concierto donde había un acuerdo tácito entre los presentes: Hoy vamos a ser felices. Durante este corto, siempre corto y limitado espacio de tiempo, seremos libertad y canción. Seremos lo que queramos ser, cuestión harto difícil en el mundo de las cosas tangibles. Y ocurrió, la curiosa cortina que García ha pertrechado para dar un aire de casera intimidad se descorrió, y entramos desde el primer tema al salón, hasta la cocina para no parar, queriendo multiplicar ese tiempo, hacerlo intenso hasta que doliera. Malva nos sacó de la ensoñación previa y nos adentramos en Un Alma de Papel e Iniesta invocó la cuerda y la madera para que vibren los adentros. Prefiero el trapecio sin tregua, anudando tiempos que nunca dejaron de ser presente. Apareció del fondo del destello la versión más sentida de Todo es de color y el Arena se ruborizó con tanta belleza acunada. La descomunal Con los hombres azules, vivaz, conmovedora que atesora una de las muchas frases mágicas del universo de este músico: “Detengo el tiempo”, resuena como un conjuro, como una verdad incuestionable. Este concierto no va a tener concesiones. La tristeza del momento es abatida por la sonrisa del alma.

Hay un cambio en el bajo y entra Jesske sonriente, acomodada, demostrando que la música es un lenguaje universal, ha encontrado su espacio en la curiosa geometría del rayo y da las notas profundas con calidez. Ardieron los fuegos se alimenta de todos nosotros, se transforma en un grito de guerra, en la filosofía del carpe diem, en la reafirmación de que arderemos con cada canción. Ruedo, Rodaré y una de las visitas más esperadas de la noche, Carmen García hace su espontánea y jovial aparición: Te queremos, hermanita. Nunca es tarde fluye suave como el río en su nacimiento. Las palabras se arremolinan y pesan dejando en nuestra conciencia su certeza. Nunca es tarde para salir a la calle, nunca es tarde para vivir, para desafiarnos a nosotros mismos para derribar las barreras que nos autoimponemos, nunca es tarde.

Si todo arde y Campanas de Libertad cierran una primera parte antológica y desaforada. El anhelo se ha apoderado de todos nosotros. Buceamos en ensenadas de posidonia y arenas finas.

Hay un momento mágico que nos hace a todos encallar, tan libres como nos creíamos, tan capaces de nuestras elecciones,  es el binomio En tu Voz  y  Crepúsculo Creciente; nos atrapa, no recoge con ternura y nos aprieta el corazón; el corazón caliente y alado. García es artesano del espíritu, conoce sus debilidades y remienda con luz y canciones sus costuras.

El cambio de tercio, la fiesta dentro de la fiesta viene de la mano de una versión rumbera de Como un burro amarrado a la puerta del baile. El pabellón se llena de papelillos de colores, balones y globos; vamos a jugar. Manolo se interna entre el público. La banda  celebra la danza de la alegría en el escenario. La fusión es perfecta. Todos bailan, todos cantan, todos son felices.

Los Pájaros de Barro despliegan sus alas con forma de palmas y los ojos se empañan. Fue la canción que allá por el 99 llamó a la puerta aclarando para siempre que tras el EUDLF seguía habiendo vida.

Manolo resume de manera elegante y emocionada su visión del rayo, del arte en cualquiera de sus concepciones o cantar, sencillamente cantar, como un efectivo bálsamo para los días. Y veo la humildad que lo recorre y sé que siente que es afortunado por que fue elegido por los Dioses para esta tarea pero que, en el fondo, sabe que la grandeza de todo es que nada de lo que hizo le pertenece; y disfruta con sus criaturas, les inyecta la chispa vital y las empuja al mundo para que vivan en nosotros, en las tardes serenas, en las noches de farra, en los ojos de tu amada.

Suenan los primeros acordes de Carbón y Ramas secas y el pasado nos golpea sin piedad el Sr. García pliega el tiempo a su antojo.  Le toca el turno a Levedad. Las palabras salen atropelladas como la verdad al niño, “Somos Levedad”. Desnudos, desencadenados, libres, espíritus amables que celebran la cosecha.

Este concierto es un cauce desbordado, salvaje y hambriento. Manolo ha traído la segunda riada a Bilbao, un inmenso aguacero que ha anegado nuestros fondos, las sentinas donde guardamos todo aquello que no vale y ocupa un espacio necesario. Ha vuelto a abrir las ventas para renovar el aire y ahora podemos construir nuevos paisajes en los que sentirnos en plenitud. El milagro de la música y sus indescifrables secretos; la verdad del arte y su almíbar contra las horas amargas.

Tras más de tres horas de concierto Ricardo Marín embiste a ritmo de Insurrección y saboreamos el más hermoso hasta luego posible.

El alma no se apacigua tan rápido, hemos entrado en los meandros del sentimiento, seguimos paladeando lentamente.

Esta marea no cesa.

Este rayo no se apaga.

De Jose Angel Lucena