La música en una caja de galletas

Manolo García retornó al Auditorio de Roquetas con su propuesta más íntima y acústica

Una violinista con aspecto de adivina zíngara surge de improviso por un lateral del recinto interpretando una melodía con reminiscencias árabes, sube al escenario y activa un theremin cuyos sonidos fantasmagóricos comienzan a ser dulcificados por una suave guitarra acústica en la oscuridad. Quien la empuña es Manolo García, que un año después de la presentación de su último disco, Geometría del rayo-, comentado desde estas mismas páginas – volvió a abarrotar el Auditorio de Roquetas con su esperadísima gira en acústico.

Tratándose de un artista que descarga tanta energía en sus directos, me apetecía disfrutarlo en ese formato más íntimo, aunque me costaba imaginar al inquieto García relajado sobre un taburete desgranando sus canciones en formato desenchufado. Y lo intentó, pero ‘la cabra tira al monte’ y a Manolo le cuesta no dejarse tocar y acariciar por sus fans. En esta ocasión tampoco se abstuvo de ese placer.

El escenario se presentaba abarrotado de guitarras acústicas, laudes, mandolinas, un contrabajo, un piano camuflado tras un elegante mueble y dos sets de percusión en los que no faltaba un juguetito. Destacaban en su decoración cientos de velas encendidas y, sobre todo, unas preciosas jaulas con luz dorada que fueron descolgándose poco a poco sobre los músicos. 

La primera parte se acercó a lo que yo entiendo como un acústico: temas menos habituales, arreglos especiales y el intento de que reinase cierta calma ante sus habitualmente enfervorizados fans.

Volviendo a sus orígenes

Comenzó con Exprimir la vida, para continuar con temas poco habituales de su época en Los Rápidos, como San Gennaro, Navaja de Papel o Braque, sobre cuyos acordes lanzó alguno de sus mensajes de la noche: defensa del arte y la sencillez frente a la violencia reinante alentada por algunos políticos, apoyo a los jóvenes que se manifiestan ante el cambio climático y crítica al exceso de presencia en redes sociales ‘No quiero filmar la vida, ni fotografiar la vida…quiero vivir la vida’, declaraba ante un extasiado público que, paradójicamente, no dejó de filmarlo ni fotografiarlo en toda la noche.

Poco a poco la intimidad inicial se fue transformando en delirio del público roquetero, con el protagonista recorriendo el auditorio e incluso sentado entre el respetable sin dejar de cantar, aprovechando para enlazar algunos de sus temas célebres de El último de la fila, con especial atención a uno de sus discos más completos, Como la cabeza al sombrero, del que sonaron composiciones como En los arboles, Ya no danzo al son de los tambores, Llanto de Pasión, A veces se enciende o Sara.

Los bolsillos llenos de arena

En una estudiada maniobra, en la segunda parte atacó sin piedad lo más conocido de su carrera en solitario, desgranando casi la mitad de su celebrado disco debut Arena en los bolsillos, uno de los trabajos más perfectos del pop-rock español. Maravillas de la melodía y la poesía como La sombra de una palmera, Sobre el oscuro abismo, el clásico A San Fernando o el momento más mágico de la noche: la preciosa versión de Pájaros de barro acompañada por contrabajo, suave percusión y la armonía construida con un instrumento denominado handpan. 

Curiosas también las versiones de Si te vienes conmigo, con aires manouche y la visión reggae de Una tarde de sol, dentro de un concierto en el que las guitarras acústicas fueron protagonistas, en las manos de Ricardo Marín – su director musical – y Víctor Iniesta, con la ayuda de Josete Ordóñez en laudes y mandolinas, Olvido Lanza al violín dando el toque oriental que tan bien casa con la música del barcelonés, Juan Carlos García y Charly Sardá manejando con solvencia los artilugios percusivos e Iñigo Goldacerena prestando su sereno pulso al contrabajo. Su misma banda eléctrica, adaptada a la perfección a este formato.  

En el último tramo la fuerza era tal que, salvo por los instrumentos, poco quedaba de íntimo acústico, finalizando así un concierto maratoniano en el que emuló a Springsteen tanto en energía como en duración, interpretando la friolera de treinta y cuatro canciones. Solo los bises podrían haber conformado un concierto independiente. El último, a petición popular, ese himno llamado Insurrección.

Uno no puede más que volver a dejarse convencer por este genial artista que nos aseguraba que la vida se resume en unas decenas de fotos de las que nuestros padres guardaban en una caja de galletas. ¿Son necesarias las miles de instantáneas con las que poblamos las redes sociales? Él, desde luego, sabe como nadie resumir su fructífera e interesante carrera en una pequeña caja de música en forma de concierto.

Fuente: Ramón García – La Voz de Almería – ENLACE