Pasión por el Directo: Vamos a los mejores locales rockeros

Fran (gracias!) nos envía este artículo de El Viajero, de el País, dónde algunos músicos expone qué locales les gustan más; entre ellos Manolo García. También desvela las 6 claves de la Sala perfecta.

Aquí un extracto,

 Noches ‘zelestes’ – MANOLO GARCÍA: 

«¿El mejor escenario? Me gusta la boca del de Razzmatazz. Que, por cierto, no es una superficie horizontal, sino ligerísimamente inclinada». Manolo García aprecia las cosas bien hechas… y a lo grande. El escenario barcelonés en cuestión mide 132 metros cuadrados. Y sus camerinos favoritos son «los de cualquier palacio de deportes: holgados, con duchas, nada de olor a cerrado».

Fuente: El País – Javier Heras – Enlace

De Vigo a Granada, 32 locales donde triunfa la música sin enlatar  – JAVIER HERAS  – 12/06/2010

La barra en la que al dúo Pereza le ofrecieron su primer contrato discográfico. Una habitación alejada del mundo donde Eva Amaral escribió su letra de homenaje a Allen Ginsberg. O el escenario sobre el que Iván Ferreiro volvió a empezar de cero. Seis músicos -o grupos- españoles eligen los garitos que les han marcado. Por su historia, su acústica, su decoración, o por motivos personales. Una ruta con sabor a rock and roll por las mejores salas de música en directo de España.

Hielos y humo

PEREZA

Miguel Leiva (Madrid, 1980), que forma junto a Rubén Pozo el grupo Pereza, asocia «casi todas las noches especiales» de su vida con una sala madrileña: Siroco. En ese pub con forma de tubo caben (apretadas) unas 200 personas. La visibilidad y la ventilación no se cuentan entre sus virtudes. Pero desde 1999 Pereza habrá tocado allí «más de 40 veces». El vocalista recuerda dos momentos: «Un jueves cualquiera se nos acercó un cazatalentos y nos dijo que trabajaba para RCA; ¡que si no nos importaba pasarnos a firmar un contrato discográfico de tres años!». La segunda noche fue años después, entre amigos: «Xoel (Deluxe) subió a cantar There is a light that never goes out [Hay una luz que nunca se apaga], de The Smiths. Estaban también Coque Malla, Quique González… Acabamos versionando a las Supremes hasta las mil».

A Leiva se le nota que sigue apegado a los bares de Malasaña, en Madrid. Pero cuando enumera sus favoritos del resto de España, parece que le hayan dado cuerda: «Sidecar en Barcelona, Mardi Gras en A Coruña, Terminal en Pamplona… La comidilla es decir que escasean, pero en cada ciudad encuentras dos o tres que merecen la pena. Es de ley reconocerlo».

Hay un local que no se parece a ninguno: «El Náutico, en San Vicente do Mar (Pontevedra). Cabrán 90 personas. El dueño, Miguel de la Cierva, es un enamorado de la música. Toca el pedal steel. Todos los años trae grandes nombres. Si vas un jueves, te quedas hasta el martes. Un rollo muy hippy: comes pescado en el bar con los paisanos, sales y estás en medio de la playa…».

El cantante de Pereza, que hasta diciembre presenta por toda España su sexto álbum, Aviones, disfruta más de los recitales en acústico: «El sonido de los hielos mientras canto solo al piano, las luces, el humo… En un estadio, impresiona que miles de personas canten un tema tuyo, pero la parte romántica del club es insustituible». Asiduo espectador, sueña con abrir su propio garito. «Pero no me apetece pelear por las licencias… ni vivir de noche».

Noches ‘zelestes’

MANOLO GARCÍA

«¿El mejor escenario? Me gusta la boca del de Razzmatazz. Que, por cierto, no es una superficie horizontal, sino ligerísimamente inclinada». Manolo García (Barcelona, 1955) aprecia las cosas bien hechas… y a lo grande. El escenario barcelonés en cuestión mide 132 metros cuadrados. Y sus camerinos favoritos son «los de cualquier palacio de deportes: holgados, con duchas, nada de olor a cerrado».

Sin embargo, el que fue líder de El Último de la Fila defiende una teoría: «Pobre del que comience directamente en los estadios, sin formación de carretera». Él se curtió en símbolos de la noche barcelonesa como Màgic, que 20 años después aún celebra fiestas mod. O como el antiguo Zeleste, un almacén de tejidos remodelado por donde pasaron los pianistas Bill Evans o Tete Montoliu. Pero al entonces cantante de Los Burros no le interesaba el jazz: «Flipaba con el directo demoledor del punk. Y ver allí a Smash, con la guitarra española de Manuel Molina, fue como la sopa de ajo, lo más».

La sala Zeleste se trasladó al Poblenou en 1987. Hoy se llama Razzmatazz y en ella han tocado Paul McCartney o Radiohead. García recuerda «noches muy cañeras», como cuando encadenó ocho conciertos en diez días. «Tiene el tamaño perfecto: 3.000 personas por noche. No hacen falta pantallas para que la gente vea. La proximidad física es un aliado: cualquier línea rítmica, un golpe de bajo o de batería, dispara la adrenalina».

Manolo García se ha tomado un descanso después de una gira de dos años. Que incluyó un alto en el camino: en junio de 2009 cantó por sorpresa en El Café de la Luna, el bar de un amigo en Córdoba. «Habría 100 personas, y otros tantos apelotonados en la calle. En el escenario no cabíamos». Da fe un vídeo en YouTube, en el que no suelta una toalla para el sudor. «La gente me tocaba la rodilla para pedir canciones. Fue muy divertido».

» Razzmatazz. Almogàvers, 122. www.salarazzmatazz.com.

» Café de la Luna. 957 48 44 50. Alhakén II, 12. Córdoba.

¡Más madera!

LORI MEYERS

Las salas de madera son la debilidad de Noni López, cantante de los granadinos Lori Meyers: «Es el mejor conductor de sonido, por algo se hacen así las guitarras». No extraña que cayera rendido a Moby Dick, una especie de taberna marinera con forma de galeón boca abajo próxima al Santiago Bernabéu de Madrid. Allí telonearon a The Shins en 2003. «Recuerdo que me temblaban las rodillas», dice. «Luego nos pegamos la típica juerga madrileña en la que acabas fatal».

Entonces ni siquiera habían sacado su primer álbum, Viaje de estudios. Eso sí, aquellos novatos tenían tablas. En Granada abundan los escenarios: «Todos bares pequeñísimos y céntricos. Hay una sola norma: que no falle la cerveza… ni la música». Noni trabajó de camarero en El Ruido Rosa, donde empezaron a abrirse hueco. Fundado a finales de los ochenta por los hermanos Lapido (del grupo 091), pinchó antes que nadie las maquetas de Lagartija Nick o Los Planetas. A Lori Meyers les tocó rebajar decibelios: «Tuvimos problemas con los vecinos y nos adaptamos a un formato acústico».

Las cosas no eran más fáciles en Planta Baja, otro bar de larga trayectoria que, por las denuncias, cerró temporalmente en 2004. Una vez acondicionado, merece los halagos de Noni: «Tiene un escenario perfecto y una pantalla para que vean los de atrás. Después del concierto, te quedas toda la noche porque pinchan muy bien».

Como vocalista de un grupo indie, Noni reconoce que Valencia y Alicante se llevan la palma con salas como Wah-Wah o Camelot. ¿Y en el Norte? «Capitol, en Santiago de Compostela: un sonido perfecto». ¿Adivinan? Las paredes están forradas de lamas de madera. Aunque para el líder de Lori Meyers (que acaban de presentar su álbum Cuando el destino nos alcance) lo mejor son los camerinos: «Preparados para quien necesite tocador, y con espejo gigante donde ponerme bien las lentillas».

Menorca con Ginsberg

AMARAL

Cuando Juan Aguirre (San Sebastián, 1970) dice que al principio Amaral tocaba en salas «realmente pequeñas», hay que tomarle la palabra: en La Lata de Bombillas o el Arrebato de Zaragoza caben unas pocas decenas de personas. Pero la primera, con su decoración pop, es una institución en la escena indie. Y el Arrebato, gestionado desde hace 15 años por una asociación sin ánimo de lucro, programa más de cien conciertos por curso. Los músicos tocan a un metro del público. Y sin cobrar. Bueno, hay unas urnas para que contribuya el que quiera darles algo.

La de Amaral ha sido una carrera de fondo. Antes de su estreno en Madrid (en un semivacío San Mateo 6), mucho antes de saltar a Chicago, Nueva York o Hannover, viajaban sin parar por España. «No rechazábamos nada», relata Aguirre. «Llegamos a tocar 18 días seguidos en agosto». Eva y Juan, mano a mano: «Yo con guitarra distorsionada y ella con armónica».

Un lugar les dejó huella: SaSinia, en Menorca. Aún lo recuerdan 13 años después: «Lo regentaba un barcelonés que se había retirado a la isla. Nos dejaba una casa donde alojarnos varias noches. Un espíritu muy familiar, como de huida del mundo occidental. Eva escribió allí varias canciones del primer disco. Estaba leyendo La caída de América, de Ginsberg, y le dedicó un tema, 1997, el año en que Allen Ginsberg murió».

En Madrid, donde viven ahora, rápidamente encontraron su sitio: El Sol. «Hemos dado muchos conciertos, y todavía más veces hemos colaborado con amigos, celebrado fiestas, entrevistas…». Aguirre alaba su equipo técnico: «Es muy difícil que Willy [Vijande] o José Lanot lo hagan sonar mal». Y subraya que los responsables de esta sala veterana «tienen amor por la música».

Amaral a veces se da el gustazo de tocar en algún bar casi sin avisar. Aunque Aguirre matiza: «Tampoco quiero mitificar los garitos pequeños… los estadios nos gustan igual. La distancia con el público se rompe si el equipo suena bien y tú te entregas».

Cabaré y ‘rock & roll’

IVÁN FERREIRO

Dos músicos travestidos de amas de casa. Ivonne y Tamara, se hacían llamar. Versionaban a Prince, Alaska o Julio Iglesias. Eran Iván Ferreiro, que en 2004 acababa de dejar Los Piratas (su grupo durante 13 años), y su hermano pequeño, Amaro. Actuaban los miércoles en El Ensanche de Vigo.

Un experimento así solo puede hacerse en un bar de confianza. «He vivido una historia de amor con El Ensanche», asegura Ferreiro. «Es un sitio difícil. Tiene forma rara. El escenario, a la derecha, estrecho, con poco fondo y muy alto. Pero una vez te adaptas, no vuelves a tu casa». De su ciudad natal también le pierde La Iguana Club. «Se respira rock, han pasado muchos músicos». Desde 1990, Green Day o Andrés Calamaro. «Pero es su gente la que lo hace distinto; se nota que está especializada: desde cómo te ponen la cerveza hasta cómo te dicen ‘hola’ al llegar».

Ferreiro, sin embargo, no se corta: «Daría lo que fuera por tener la Caracol insertada en medio de Vigo». La sala madrileña se ajusta a su patrón ideal: un aforo de 500 personas y una apuesta firme por los grupos desconocidos.

El compositor acaba de editar su cuarto disco en solitario, Picnic extraterrestre. Sabrá si funciona cuando lo presente en el País Vasco. «Es la prueba de fuego. El público suele estar callado, no canta contigo. Te pasas todo el tiempo pensando que no le gusta, pero luego te ovaciona». En Bilbao, el antiguo cine San Vicente, hoy Kafe Antzokia, le parece «una maravilla». Aunque si tuviera que quedarse con una sala elegiría El Oasis de Zaragoza. Un teatro de 1917 que funcionó como cabaré -con el nombre de Real Concert-, como club de jazz en los ochenta y como sala de conciertos desde 1995.

» La Iguana. Rúa Churruca, 14. Vigo. www.laiguanaclub.com.

» El Ensanche. 986 22 10 56. Travesía Primera Santiago de Vigo 1. Vigo (Pontevedra).

» Caracol. 915 27 35 94. Bernardino Obregón, 18. Madrid. www.salacaracol.com.

» Kafe Antzokia. 944 24 46 25. San Vicente, 2, Jardines de Albia (Bilbao). www.kafeantzokia.com.

» Oasis. 976 43 95 34. Basilio Boggiero, 28. Zaragoza. www.oasisclubteatro.com.

Tres bolos, mil pesetas

ESTOPA

«Paca, tú ahora te vas de gira por Soria y te forras». Aquel sketch memorable de Martes y Trece le sirve a David Muñoz (Cornellá, 1976) para resumir el tour que llevó a Estopa a «todos los pueblos de Jaén» en diciembre de 1999. «Nos contrataba el carnicero del lugar. Cantábamos para cien personas. Nos dieron aceite, jamón dulce… como a los Rolling».

El paso de Estopa por los bares duró apenas seis meses, hasta que las ventas de su primer álbum se dispararon. José y David Muñoz, a dos guitarras, se movían en autobús: «Hoy a Santiago, mañana a Cádiz: todo muy desordenado». Y nada de lujos: «Un día nos tocaba cobrar por tres conciertos; saldríamos a 20.000 pesetas por cabeza. A mi hermano le pagaron 1.000 pelas… ¡se había pasado la noche llamando por el teléfono del hotel y jugando a la consola, pensando que era gratis!».

Diez años después, en plena gira, llenan un polideportivo tras otro, pero no exigen extravagancias. «Aunque, bueno, en el Palau Sant Jordi hemos llegado a pedir tres camerinos. Parece una boda: vienen mis primos, mis tíos, el jefe de no sé quién…», bromea David.

El salto fue brusco: de aquel primer concierto con banda en el Salamandra de Barcelona («si había 600 personas, 400 eran colegas, fue emocionante») a Las Ventas. Por el camino, Luz de Gas, discoteca barcelonesa decorada como un teatro que programa desde 1995 varios conciertos ¡al día! Allí, el gran Solomon Burke se desgañitó en silla de ruedas. Allí, por cierto, ha celebrado el Barça (del que los Estopa son hinchas) sus últimos títulos.

Como espectador, David no lo duda: «Me gusta sentarme con mi cubatazo, viendo a Javier Krahe». El cantautor le fascina por «su forma de contar, con humor y surrealismo». De vez en cuando lo emula en recitales para 70 personas, como uno que dieron en La Boca del Lobo de Madrid: «Tener al público a un metro es impagable; asusta», explica Muñoz. «Me pongo más en tensión, pierdo tres kilos sudando. Estás vigilado, sin escenografía que desvíe la atención. Se ven los fallos. Pero te das cuenta del alcance de las canciones: una melodía o una letra se bastan sin arreglos».

La sala perfecta, en seis claves

1 Acústica.

Las paredes, preferiblemente de madera. Con la resonancia justa. «En el Palau de la Música de Barcelona podrías cantar a pelo, sin amplificar, y te oirían hasta en el gallinero», afirma Manolo García. Iván Ferreiro escoge otro auditorio: «Caixanova, en Vigo. Hasta Montserrat Caballé lo alabó». Noni, cantante de Lori Meyers, añade: «El técnico de sonido es el mejor amigo que un músico puede tener».

2 Escenario.

Para todos los gustos. A Estopa, contra todo pronóstico, les gusta «pequeñito y sin florituras, como el de La Boca del Lobo», en Madrid. A Ferreiro, el «grandote y redondeado» de Bikini (avenida Diagonal, 547. Barcelona. www.bikinibcn.com).

3 Trato.

Abundan en algunos foros de Internet las críticas de espectadores sobre el humor de ciertos camareros y porteros de las salas. Por eso se agradecen tanto esos bares en los que se está casi en familia, como El Náutico, en Pontevedra (del que son fieles Iván Ferreiro o Kiko Veneno) o El Ruido Rosa de Granada, donde se vio de fiesta a la banda estadounidense Wilco en 2009. Los músicos, por su parte, destacan el «trato humano» que recibieron en sus comienzos. Lo dice Manolo García, que escoge su amado Karma (plaza Real, 10. www.karmadisco.com). Leiva elogia «los bares que dan oportunidad a todos», como Al Lab’Oratorio (Colón, 14. Madrid. 915 32 26 69) o Gruta 77 (Cuclillo, 6. Madrid. www.gruta77.com).

4 Camerino.

Espacioso y «con varios ambientes, como Luz de Gas», apuntan los Estopa. Sin olvidar los «históricos» de El Sol, Ferreiro prefiere los de Mondo, en Vigo: «La planta de abajo del bar es todo camerino: cabe tanta gente como arriba, tiene barra…».

5 Ambiente.

Con tradición de rock. Y actuaciones míticas. Hay donde elegir: en Barcelona, Sidecar (Plaça Reial, 7; www.sidecarfactoryclub.com). En Madrid, La Palma (La Palma, 62; www.cafelapalma.com), Joy Eslava (Arenal, 11; www.joy-eslava.com)…

6 Cervezas.

«Las cañas, siempre en Madrid», dice David (Estopa). «Es por el agua. Soy camarero en Barcelona, y no consigo que sepan tan buenas».